martes, 11 de junio de 2013

Un giño al viejo Engels



Leemos en La gran migración: la evolución humana más allá de África de los antropólogos Agustí y Antón:

“Lo cierto es que hace unos 2,5 millones de años encontramos en África las primeras herramientas de piedra de aquella incipiente humanidad, la primera tecnología de la que se dotaron nuestros lejanos antepasados de hace más de dos millones de año. Ciertamente, estas primeras herramientas de piedra eran muy toscas, apenas unos cantos rodados a los que se les habían dado unos cuantos golpes hasta producir un filo en uno de sus bordes.
(...)
La utilización de instrumentos líticos con el fin de optimizar el aprovechamiento de los cadáveres debió revelarse como mecanismo extraordinariamente eficiente, ya que en poco tiempo el cerebro de aquellos homínidos experimentó una significativa expansión. De los poco más de 400 gramos de los australopitecinos, se pasó en los primeros representantes del género a más de 600 gramos.” (p.62-63)

Y uno no puede dejar de pensar en el Engels de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, que contiene pasajes brillantes como este:

"Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él. Unicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los ligamentos y, en un período más largo, también por los huesos, y por la aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones nuevas y cada vez más complejas, ha sido como la mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de Paganini. Pero la mano no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente un miembro de un organismo entero y sumamente complejo. Y lo que beneficiaba a la mano beneficiaba también a todo el cuerpo servido por ella."

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